En el arte de la segunda mitad del siglo XIX, en relación con el aumento del interés por la vida del pueblo, ganaron popularidad los samovares, que formaban parte de la vida cotidiana rusa, como símbolo peculiar de la sobremesa del té, del hogar familiar, de la calidez y la hospitalidad. No había feria internacional de artes industriales en que no se expusieran samovares. Este samovar-gallo, confeccionado al estilo ruso para la Exposición Universal de Viena de 1873, se fabricó por encargo. El interés por los detalles sutilmente trabajados, el amor por el esmero artesanal, se revela en las patas artísticamente talladas del samovar en forma de patas de gallina o en el pitorro con aspecto de cabeza de gallo con el pico abierto. El mensaje de los proverbios escritos con caligrafía ligada ornamental, al estar grabados en el cuerpo del samovar, cobra más fuerza: «Cuando el samovar hierve, no es hora de irse» y «Sin sal y sin pan, la conversación es banal».